Hijo de una familia pobre de emigrantes escoceses, Andrew Carnegie (1835-1919), es uno de los más claros ejemplos del prototipo del “hombre hecho a sí mismo”, un hombre que comenzara desde los más bajos escalones de la sociedad hasta llegar a ser considerado la segunda mayor fortuna del mundo.
Con sólo 13 años, un todavía jovencísimo Carnegie se vió obligado a emigrar a Estados unidos con su familia, donde ese mismo año hubo que ponerse a trabajar: chico encargado de cambiar la bobina de hilo en una fábrica de tejidos de algodón. Un trabajo duro al que dedicaba 12 horas diarias de lunes a sábado por lo que cobraba 1.20$ a la semana.
Aquel fue el inicio de toda su andadura como comerciante, pero a partir de ese primer momento su espíritu emprendedor le haría cambiar de puestos de trabajo y de empresas, e iría teniendo acceso a mejores departamentos.
Con parte de sus primeros sueldos fue ahorrando para adquirir participaciones en pequeños negocios. Dinero que reinvertiría cada vez más sabiamente.
Muy involucrado en la inversión empresas ferroviarias, poco a poco fue amasando una inmensa fortuna, a base de muy buenas inversiones y una muy buena administración de su capital.
Fue con el acero con lo que realmente encontró el mejor modo de negociar. Y lo que le reportó la mayor ganancia de todas.
En la década de 1870 creó la Carnegie Steel Company, la que llegaría a ser la mayor y más rentable empresa industrial del mundo. Andrew ya era dueño con ello de muchas minas de hierro, navieras y ferrocarriles con lo que abastecer a su propia empresa.
Pero mientras crecía su volúmen como comerciante, su interminable intención de defender el ideal del capitalismo competitivo frente al capitalismo monopolista lo vió envuelto en una dura “guerra” con el poderoso grupo J.P. Morgan, al cual al final se vería obligado a vender la compañía, que pasaría a ser la U.S. Steel.
Una vez derrotado, sin embargo, vio la oportunidad de dedicarse a labores filantrópicas y de enseñanza de los valores aprendidos en todo el tiempo que dedicó a hacer crecer su negocio. Abrió centros de investigación, bibliotecas públicas, museos, salas de conciertos, instituciones educativas, financió expediciones arqueológicas, e incluso luchó pacíficamente para la desaparición de las guerras.
Y siempre sostuvo la idea de que la vida de toda persona exitosa en sus negocios y que fuera capaz de generar riqueza debía comprender dos partes:
una destinada a reunir y acumular esa riqueza suficiente,
y otra despues para distribuir toda esa riqueza para causas nobles.
Se dice que durante el trancurso de su vida, Andrew Carnegie donó alrededor de 350 millones de dólares para todo tipo de fines sociales. Facilitó el acceso a la enseñanza para adultos, la educación en bellas artes y abrió más de 2000 bibliotecas a lo largo y ancho de toda la geografía de población mundial de habla inglesa.
Y siempre llevó hasta sus últimas consecuencias su idea más profunda:
“la filantropía es el camino para hacer que la vida valga la pena”